He decidido, ante la negativa del diario página doce a publicar esta refutación del articulo de José Pablo Feinmann publicado en la contratapa de ese diario, colocarlo a disposición de todos ustedes en este espacio.
Gracias.
¿Cuál es la verdad que busca imponer Pablo Feinmann al permitirse garabatear un artículo en la contratapa de Página 12, “Guerra y verdad” en el que parece estar disertando sobre el sexo de los angeles? Antes de leerlo, esa noche mientras cocinaba un asadito en mi casa del Delta del Paraná, un lugar amenazado por las pasteras, esas fábricas de celulosa y de muerte, escuche por radio nacional que León Rozitchner[1] junto a otros lanzaban un llamado de intelectuales judíos –al que adherían intelectuales de todas las religiones- en contra de la guerra. Un llamado a parar la guerra. Aquello que ningún ser humano debería avalar, la guerra, esa tremenda confesión de que se ha perdido lo más humano que tenemos, la palabra, la posibilidad de comprender, de negociar de hacer política no como una forma de continuar la guerra por otros medios, sino como una forma de elevar en lo humano, su capacidad de aceptar y tolerar las diferencias. En éste contexto “la Verdad” tal vez consista en aceptar que somos “lo efímero de la eternidad”. Eso parece no decirnos mucho pero dice demasiado, justamente por eso no nos alivia, pero tampoco nos crea ese clima de tomadura de pelo, de cancherito, que tiene el artículo de Feinmann, que se permite hacerse el gracioso, el “pícaro” con un acto que si bien marca una avanzada más del imperialismo, esa enfermedad, esa soberbia, que va dejando tras de sí un largo y sinuoso sendero de sangre, destrucción y miseria. No intentaremos, no es mi función de médico, saber quien fue el que tiro la primera piedra. Lo cierto es que la piedra fue arrojada. Esa es la verdad. El horror es la verdad. Entonces ¿cual es la pregunta que se hace Feinmann?
Debemos admitirlo, el titulo tiene alguna pegada “Guerra y verdad” debajo se ve a un vehículo blindado una tanqueta israelí avanzando por un terreno que parece desértico en el que, sin embargo, hay algunas plantas, señales inequívocas de la vida. Plantas pisoteadas. Vidas pisoteadas. La humillación y repudio de la vida, esa es la verdad de la Guerra. Forma parte de esta compleja verdad, de esta guerra con la que el imperio nos amenaza a todos, con ser invadidos, destruidos, aniquilados. ¡Todos! con esas bombas que destruyen los huesos de las personas sin quemarles la piel. El imperio, un sofisticado del mal que se transforma en el mal en si mismo. El imperio, esa enfermedad ante la que Feinmann se permite ponerse juguetón, inteligente, distendido como si no supiera muy bien lo que esta pasando. Una pregunta se me ha instalado ¿mira el señor Feinmann con buenos ojos esta guerra “contra el mal”? La banalización de la guerra propone una connivencia y con ella el fascismo que la impulsa. Estos no son ejércitos de cenizas sino otros que lo dejan todo bajo las cenizas. Con eso nos amenazan con regresar humillados, calcinados, a ese estado que todos, imperialistas o no regresaremos, ser tierra y en demasiados casos, en el de los asesinos, genocidas y cobardes, ni siquiera serán tierra enamorada.
Veamos algo de lo que dice el señor Feinmann.
Guerra y verdad
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Por José Pablo Feinmann
Comienza diciendo en su artículo, Feinmann. En medio de las bombas, los misiles y los muertos, se abre paso –a veces desesperadamente una pregunta: ¿quién tiene razón? Les parece a ustedes que alguien en medio de semejante situación se ocupa de esa pregunta. Nosotros hemos vivido el terrorismo de estado. Lo sabemos, en medio del terror lo que uno quiere es que ese estado de cosas se detenga, que finalice. Sigue después una larga disquisición acerca de lo relativo de la verdad a lo cual, el señor Feinmann le dedica ciento setenta y nueve palabras. (179)
Comienza entonces el camino del desvío y, debemos pensar, del ocultamiento, dice el autor: La cuestión es: ¿cómo se establece la verdad? ¿Quién tiene la verdad o quién tiene la razón en Medio Oriente? Lo primero es dejar de entender la verdad como “buena”. La verdad no es la dulce y buena adecuación… y sigue. No señor Feinmann no nos interesa si la verdad es buena o mala, no puede interesarnos cuando hablamos de la guerra, de un genocidio, de un desastre de lo humano.
Busca aliados, cita a Foucault citando a Nietzsche de manera que el rastro de la cita se pierde y para colmo el señor Feinmann dice que Foucault dice que Nietzsche dice algo que no dice. En unas conferencias que dio en Río de Janeiro entre los días 21 y 25 de mayo de 1975, Michel Foucault buscó, una vez más, inspiración en Nietzsche para explicitar su concepción de la verdad.
A esto sigue una inesperada “confesión de parte”, Feinmann nos dice: Si no consigo establecer un par de señalamientos contundentes entre esas conferencias y los misiles de Israel, los muertos libaneses y las guerrillas de Hezbolá debería declararme derrotado, algo que posiblemente ocurra.
… Pero Foucault dice que para Nietzsche el conocimiento “es de la misma naturaleza que los instintos” (Michel Foucault, La verdad y las formas jurídicas, Gedisa, Barcelona, 2003, p. 21). Primera sorpresa: ¿no es que el conocimiento tiene que ver con la razón? ¿Qué tienen que ver aquí los instintos? Esto dicho por Feinmann debemos tomarlo como algo mal intencionado. El esta escribiendo en este diario “La Filosofía y el Barro de la Historia”, es decir que se trata de un conocedor, un erudito de la filosofía, él no puede alegar desconocimiento del sentido que tiene el concepto de “Instinto” en Nietzsche. Ya que no se limita a lo que Freud pone en el área de la pulsión y por lo tanto del inconciente, sino que implica las consecuencias en la forma de pensar y de actuar que estos conllevan. Sólo para poner un ejemplo casi al azar citaré a Nietzsche: … -tu cuerpo y su gran razón: ésa no dice yo, pero hace yo. Unos renglones más adelante agrega: Hay más razón en tu cuerpo que en tu mejor sabiduría. Y no sigo porque creo que queda demostrado como en Nietzsche los conceptos de instintos, cuerpo y razón van juntos ya que no son uno sin el otro. [2] Tal vez el señor Feinmann intente convencernos de que existe una razón que no parte del cuerpo y sus instintos, y que alguna guerra, ésta, podría ser justa, quedar validada, por poseer la verdad.
El autor insiste en ese desvío que busca, dice: Meter aquí a los instintos le permite a Foucault sacar de aquí a la razón. Sacar a la razón le permite meter lo propio de los instintos: Se ve es él quien quiere sacar la razón de esta guerra imperialista que como todas es por más y más poder. ¿Quién puede dudarlo?
Y otra vez el sexo de los angeles: ¿Cómo se conoce esta guerra? ¿Cómo podemos conocerla? ¿Cómo podemos saber el modo de establecer una verdad en ella? Escribe Foucault: y sigue así embarrando su discurso, intentando ocultarlo. ¿Cómo se conoce esta guerra? Se conoce por la muerte que siembra, por la barbarie, el genocidio, el embrutecimiento y la perdida de los valores más humanos a que empuja.
Y sigue el esfuerzo por desviar la verdad inocultable de la guerra, dice Feinmann: El conocimiento es lucha. Hay, según suele decirse, “una lucha por la verdad”. ¿El erudito sabe lo que suele decirse pero no sabe lo que dice Nietzsche? Raro ¿verdad? entonces ya avanza decididamente sobre lo insólito dice: …Supongamos: los dos periodistas del caso Watergate. Esos dos hombres emprendieron una lucha por la verdad. Había una verdad y ellos lucharon por encontrarla. Se dice, también, “encontrar la verdad”. ¿Por qué? ¿Estaba perdida? Parece que desde hace mucho el que aquí esta perdido y, como dirían los pibes, “mal” es Feinmann que, como un inconciente insiste. Pero si el conocimiento es lucha, es violación, cada uno conoce para derrotar al otro. Para someter al otro. Esto es la guerra. ¿Quiere decir que el estado israelí quiere conocer bíblicamente al pueblo palestino? Los muchachos de la esquina dirían que se los quieren coger. Con perdón, si hace falta entre adultos, por la contundencia de la palabra.
Y luego algo de racionalidad: Cuál será la verdad en Medio Oriente? La verdad es la verdad del poder. La verdad es la verdad de quien tiene el poder de imponerla. Que, sin embargo, dura muy poco: De aquí que exista algo que podríamos llamar multipolaridades sin resolución. …en la guerra alguien tiene que tener la verdad, es decir, alguien tiene que vencer para que la guerra termine. No se puede decir de alguien que “casi ganó la guerra”. Las guerras se ganan o se pierden, y el que gana tiene razón e impone su verdad. Pero si el derrotado (aunque le sigamos matando milicianos, líderes, niños y poblaciones enteras) sigue peleando, no está derrotado. Ergo, tampoco lo está la verdad que defiende. Otra vez el laberinto ¿del Minotauro?
Nos acercamos al final donde el autor intenta no perder aquella apuesta que ha perdido hace tiempo: Los occidentales matan y creen ganar. Los árabes mueren, pero siguen peleando. …Hay lucha, hay violación, hay hostilidad, hay odio, hay muerte. Pero no hay verdad.
Para ser piadosos con el lector y no reiterarnos iremos a la última cita: En una reciente nota Robert Fisk escribe: “Es verdad. Nadie cree en nada en estos días” (Página/12, 21/7/2006). Una formulación perfecta: es verdad, la verdad es que nadie cree en nada. Y si algo, algo simple y mínimo, requiere la verdad, es que alguien crea en ella. Seguirá, entonces, la Muerte. Señor Feinmann ¿por que no lo dice claro de entrada? La verdad es que seguirá la muerte porque le es funcional al imperio, a su avidez, a su enfermedad de quererlo todo para sí. A ese imperio que usted parece intentar ocultar ¿Defender, tal vez?
Enrique E. Rodríguez Tosto
Médico, psicoanalista, escritor
Presidente de la Fundación Reunión.
ertosto@intramed.net
info@fundacionreunion.org.ar
www.fundacionreunion.org.ar
[1] León Rozitchner publicó en la misma edición de ese diario una nota en la que, de manera inequívoca comienza diciendo: No tomo partido sólo por el pueblo palestino sino también por el pueblo judío.
[2] Federico Nietzsche. Así Habló Zaratustra. Alianza Editorial. De los despreciadores del cuerpo pág. 60 y 61.
Quien quiera el artículo completo del señor Feinmann puede solicitarmelo o buscarlo en los archivos del diario.
El Don de encontrarnos
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*El don de encontrarnos*
Sangre, ya no veré sangre.
Sin embargo todo en ella nos llama.
Todo lo que en ella late,
todo lo que en ella alienta,
nos requie...
Hace 10 años.